La lascivia de lo incorrecto

La lascivia de lo incorrecto

“La lascivia de lo incorrecto” es una obra que nace desde la contradicción más íntima del ser humano: el gusto por aquello que la sociedad etiqueta como prohibido. A través de figuras fragmentadas y colores vibrantes, la pintura nos enfrenta con una realidad incómoda: lo que juzgamos y señalamos con dureza, en el fondo también nos atrae, nos provoca y nos seduce.

La pieza invita a detenernos en ese doble juicio, en esa tensión constante entre el rechazo público y el placer privado. El espectador se descubre a sí mismo atrapado en una paradoja: critica lo que observa, pero su mirada no logra apartarse. Ese instante de duda, ese conflicto interno, es el verdadero campo de batalla que la obra propone.

Las figuras, construidas en un lenguaje cubista y fragmentado, reflejan la fractura de la conciencia humana. Sus rostros tensos, sus gestos ambiguos y sus manos en los labios nos hablan de un secreto compartido: todos hemos deseado lo incorrecto alguna vez. La pintura no es un espejo moralizante, sino una confesión velada que expone lo que preferimos callar.

El espiral en la frente emerge como símbolo central: una obsesión que regresa una y otra vez, como un pensamiento imposible de extinguir. Ese remolino de ideas y emociones encarna la lucha entre lo que deberíamos ser y lo que en realidad sentimos. El espectador es empujado a reconocerse en esa espiral, inevitablemente absorbido por ella.

Los colores intensos y caóticos —amarillos, fucsias, azules, naranjas— evocan un universo urbano y emocional donde no existe la armonía. El cromatismo no es un accidente estético, sino la representación de una sociedad convulsa, fragmentada, que oscila entre el juicio moral y la fascinación por lo prohibido. La paleta cromática, lejos de ser conciliadora, es un grito de tensión y deseo.

La composición, marcada por cortes abruptos y fragmentos superpuestos, se convierte en una metáfora de la incoherencia social. Somos piezas dispersas que intentan formar un todo, pero que en su contradicción revelan la hipocresía de la mirada colectiva. La pintura denuncia no solo lo individual, sino también la complicidad silenciosa de la sociedad en su conjunto.

En este sentido, “La lascivia de lo incorrecto” no busca ofrecer respuestas, sino abrir preguntas incómodas: ¿qué tan lejos estamos de aquello que criticamos? ¿Cuánto de lo prohibido habita en nuestras pulsiones más íntimas? La obra provoca más que consuela, porque en su esencia habita el conflicto y no la armonía.

Finalmente, el espectador queda frente a un dilema inevitable: ¿seremos capaces de mirar esta obra sin sentir el eco de nuestros propios deseos prohibidos? La pintura se convierte así en un espejo provocador, que nos obliga a aceptar lo que preferimos ocultar: que lo incorrecto no solo nos repugna… también nos atrae con la misma fuerza.


Disponible
Óleo sobre tela, 90×60 cm

$1200(usd)

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